viernes, 19 de diciembre de 2008

LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO JUVENIL: EL CASO DE LA VIOLENCIA ESCOLAR


Por Luis Barreras*
“¿Qué mayor evidencia de que algo no marcha bien en nuestras sociedades y del malestar profundo que nos habita que pensar en Junior? Él no encontró en la sociedad a la que pertenece razones suficientes para valorar la vida de los otros, la suya propia y sentirse responsable. Contemplar la muerte de los otros jóvenes es mirar de frente el espejo que devuelve lo que se pretende eludir: la responsabilidad social, cuya disolución hace posible que tanto en Litletton (la Columbine de Michael Moore), como en Inglaterra, como en la Argentina y México, aparezcan jóvenes y niños asesinados”. Rossana Reguillo Cruz (2005)[i]


En estos últimos años, las noticias de la escuela se han trasladado del “género” educativo al policial. El trágico episodio de Carmen de Patagones puso sobre el tapete público la violencia escolar. En las aulas argentinas se registraron acontecimientos violentos protagonizadas por alumnos armados, disputas entre jóvenes, discriminación por parte de compañeros o profesores y hechos graves de docentes que fueron agredidos por los propios estudiantes o por los propios padres de los adolescentes.
Uno de los ejes principales para reflexionar sobre dicha problemática es comprender el significado que adquiere la noción de violencia en el ámbito escolar. Para ello, debemos preguntarnos, ¿qué se señala como violencia en las escuelas?, ¿qué universo construyen los medios de comunicación sobre la violencia y sus causas?, ¿cómo opera la escuela frente a los hechos violentos? Por ejemplo, en acontecimientos como el de Columbine o Carmen de Patagones se trataba de chicos aislados, avergonzados por sus pares y por el “sistema educativo”; además, se trataba de adolescentes que portaban armas. ¿Por qué las instituciones escolares no detectan que hay un chico aislado?,¿qué factores contribuyen a la existencia de armas en las escuelas?, ¿qué visión tienen los jóvenes sobre el tema? De este modo, podemos reconstruir los diferentes sentidos que adquiere este concepto en el imaginario social y de que manera interfieren, o no, los medios de comunicación en esa constitución.
Inicialmente, al deliberar sobre los sentidos posibles de esta significación tendemos a remitirnos a la etimología de la palabra. Violencia deriva del latín Vis, que significa fuerza, y allí se forma el adjetivo Violens o Violentis, que significa violento. El nominativo-acusativo plural es Violentia como "conjunto de cosas o acciones violentas". Del mismo modo, la real academia española nos dice que la noción de violencia simboliza “estar fuera de su Estado, situación o modo natural”. Asimismo, se caracteriza al sujeto como la persona que comete una acción violenta, aunque bien uno puede entender desde su definición a aquella persona que está por fuera del “Estado”, pero no como una característica emocional y subjetiva sino, más bien, como aquella persona que está por fuera del Estado como sistema y de las relaciones sociales.
De la misma forma, “Junior” -como bien lo señala Rossana Reguillo (2005)- no encontró razones para valorar su vida y la de sus compañeros; pero no es que no las haya encontrado por una patología, sino porque la sociedad misma no daba respuesta a sus significaciones. Entonces, aparece aquí un reduccionismo: el justificar estos hechos por una patología o un grupo musical, lo cual indudablemente lleva a evitar el problema y a deslindar responsabilidades.
Otra modo de observar los sucesos violentos del sistema educativo es remitirnos a la inserción de las primeras escuelas en el país, un proceso que según cuenta la historia tomó el modelo europeo de la Revolución Industrial para transformarlo en uno disciplinario. Es decir, se pensó en el ideal ciudadano con características europeas, con la idea de ser firmes y rectos, ¿ello no implica otra forma de violencia?, porque de este modo podemos concebir al ciudadano fuera de su “Estado de pertenencia”, de territorialidad, fuera de su contexto.
Por otra parte, indagar en la contemporaneidad sobre este fenómeno, implica reconocer que los hechos impulsivos en las escuelas crecieron masivamente en los 90 (¿A partir de un mayor interés mediático?). Esta problemática emerge en las instituciones educativas como la violencia social que ingresa e irrumpe en las aulas, y cuya caracterización actual presenta diferentes modos de expresión: agresiones verbales que se traducen en insultos, intimidaciones, apodos; agresiones físicas que incluyen manoseos, empujones; violencia a la institución educativa, etc.
En este sentido, la psicoanalista Gloria Autino coincide con esta perspectiva al plantear que: “La escuela es un elemento más. No es el lugar donde se genera la violencia. Es una institución atravesada por las características de una sociedad que eligió la violencia como modo de calificación de sus habitantes. Pero no es la escuela en sí misma, sino el propio Estado el que es arrasado por esta violencia”.
Asimismo, con frecuencia se buscan explicaciones socialmente deterministas y reduccionistas: la exposición de los jóvenes a los medios de comunicación, el gusto musical por quienes son señalados como íconos del mal, sea Marilyn Manson o la Cumbia Villera. Del mismo modo, films como Bowling For Clumbine o Elefhant figuran en el imaginario colectivo de muchas personas como los principales causantes de estas tragedias. Pese a que la Industria Cultural cumple un rol importante en la construcción de sentidos y mundos posibles ello implica comprimir el problema, e impide pensar a los jóvenes como productores de sentidos y como receptores activos.
Cabe aclarar, que no hay una única causa que dé origen a la violencia escolar, sino que es un problema complejo que hay que analizar según dos ejes vertebradores, el social y el individual, puesto que es imposible vislumbrar la conducta individual aislada del sistema social con el que interactúan las personas.
A la hora de reflexionar sobre esta temática, también hay que observar a los jóvenes, sus pensamientos, sus acciones, sus miradas y representaciones. Ante ello, convenimos remarcar algunos conceptos que ha trabajado Rossana Reguillo (2000), quien plantea que “La juventud como hoy la conocemos es propiamente una invención de la posguerra, en el sentido del surgimiento de un nuevo orden internacional que conformaba una geografía política en la que los vencedores accedían a inéditos estándares de vida e imponían sus estilos y valores. La sociedad reivindicó la existencia de los niños y los jóvenes como sujetos de derechos y, especialmente, en el caso de los jóvenes como sujetos de consumo”[ii].
Actualmente, el círculo sociocultural nos incita a movernos en representaciones de competencia, de un lenguaje ofensivo y poco mediador. Este es el paradigma que se encuentra, en gran parte, en los medios de comunicación y en la sociedad. En este sentido, la caracterización que hacen los medios de comunicación del mundo juvenil varía. Por un lado, están las corporaciones que ven como objetos de consumo y que presentan el “ideal ciudadano”, o el prototipo de joven, fomentando las características estéticas y generando una competencia entre la juventud por cuidar su imagen y por ser “aceptados socialmente”. De allí que no es casual que realizadores como Van Sant consideren a esta generación como “bulímica” y construyan el imaginario juvenil como violento, perdido y sin futuro.
Pero en contrapartida, no es azaroso que estos jóvenes hayan crecido en una de las décadas más infames, donde los representantes políticos saquearon y desocuparon el país. Hijos directos de historias sobre violencia, jóvenes sin rumbo, del crecimiento de la pobreza y la injusticia. Como así también, herederos -o mejor dicho, participes directos- de la corrupción, el “gatillo fácil”, de los chicos de Malvinas o el terrorismo de Estado; pero no como generadores sino como principales damnificados.
Existe hoy una dramatización relacionada con un imaginario de la violencia de los adolescentes que sirve como estandarte para represiones, baja de edad de imputabilidad y aumento de penas que enarbolan las banderas de la juventud como un riesgo social. Aquí, es interesante reflexionar sobre la mirada que propone Silvia Delfino (2005) quien plantea que “esta discusión respecto de la violencia hacía el interior de algunas de las instituciones y, a su vez, la violencia como causa de alarmas y de advertencia que reclama mayor represión, tiene que ver con el modo en que la relación entre capitalismo y democracia se sostiene construyendo el miedo como una experiencia de regulación”[iii].
Entonces, se persigue o se sindica a los jóvenes por sus modos de pensar, por sus estilos musicales, por su vestimenta; mientras que, por otra parte, se violan los derechos humanos a través de la prostitución infantil, el acceso a la educación y el trabajo, entre otros puntos, y no se ve la creciente deserción escolar, la desnutrición infantil o los graves casos de una “adolescencia bulímica”.
En este sentido, es interesante ver el modelo que construyen algunos sectores de las culturas juveniles. Como sostiene Florencia Saintout (2005), “El pensamiento de la derecha conservadora plantea una juventud peligrosa, violenta y subversiva. Es así como la emergencia de lo juvenil en este momento se asoció al compromiso político y a la transformación, pero también de manera indisoluble, como contracara de las prácticas de represión desde el Estado. Al constituir mayoritariamente el movimiento de resistencia a la dictadura miliar, la juventud fue objeto de persecución, tortura, encierro que dieron identidad a las prácticas de represión más violentas que se hayan conocido en la historia argentina”[iv].
En la escena contemporánea vemos que las vestimentas, la música, la participación en “ghetos” o “tribus urbanas” constituyen mediaciones para la construcción y representación de identidades juveniles, que si bien son una visión del mundo no dan cuenta, fundamentalmente, de su sentido de hacer política. Precisamente, el imaginario de los jóvenes se ve, según Reguillo, “Ahí, donde la economía y la política ‘formales’ han fracasado en la incorporación de los jóvenes, se fortalecen los sentidos de pertenencia y se configura un actor político, a través de un conjunto de prácticas culturales, cuyo sentido no se agota en una lógica de mercado”.

Los medios y el miedo: La construcción del imaginario juvenil
Dirá Cornelius Castoriadis (1989): “A lo largo de la historia las sociedades se entregan a una invención permanente de sus propias representaciones, a través de las cuales se da una identidad, perciben sus divisiones, legitiman su poder o elaboran modelos. Estas representaciones de la realidad social, inventadas y elaboradas con materiales tomados del caudal simbólico, tienen una realidad específica que reside en su misma existencia, en su impacto variable sobre los sujetos y los comportamientos colectivos”[v].
Toda sociedad ha intentado dar respuesta a cuestiones fundamentales, el colectivo social necesita definir su identidad, su articulación, el mundo, sus relaciones con él, sus necesidades y sus deseos. La vida social procede de una memoria colectiva y lo que somos se cimienta en nuestros modos de relacionarnos y nuestras construcciones imaginarias acerca de nosotros mismos. Cuando observamos un hecho violento, no estamos examinando lo que aconteció sino analizando nuestra realidad. De la misma manera, nuestro modo de leer un suceso esboza nuestras capacidades para convivir con el mismo.
En la actualidad, las personas configuran gran parte de su identidad a través de los medios de comunicación, y en ese sentido un modelo de prevención de la violencia tiene que, en primer lugar, enseñarnos a "leer" y a descifrar lo que construyen los medios.
En abril de este año, y por primera vez, el Comité Federal de Radiodifusión elaboró un “Índice de violencia de la televisión argentina” que detectó la irrupción en pantalla de un acto de violencia cada 16 minutos y 23 segundos, y la difusión de una noticia con violencia cada 15 minutos. El estudio calculó, además, que una persona expuesta a diferentes géneros que integran la grilla de los canales en los horarios de mayor audiencia presenciará alrededor de dos actos de violencia física (golpes, disparos, suicidios, homicidios, etc.), un acto de violencia psicológica (insulto, amenaza, intimidación) y un acto de violencia accidental durante sólo una hora de programación.
A partir del trágico episodio de Carmen de Patagones, sociólogos, psicólogos y especialistas en jóvenes circularon por el escenario mediático contemporáneo tratando de construir alguna hipótesis sobre la problemática en los establecimientos educativos. Los medios gráficos imprimen datos, cifras, estadísticas que día a día se engrosan, como si cada uno tratara de aumentar la cantidad de delitos o de acontecimientos en las escuelas, en vez de analizarlos. Pero aun así, siempre una voz sigue faltando: la de los jóvenes.
Una de las principales marcas identitarias señaladas como “detonante” de estos episodios es la enseñanza que se brinda desde la televisión, pero ya Michael Moore nos mostró en Bowling For Columbine -en la que intenta reconstruir la masacre ocurrida en Litletton- que si bien en muchos países se consumían películas violentas, o videos Juegos, como es el caso de Francia y Japón había menos muertes por el uso de armas que en EE.UU. Por otra parte, se descartan también las ideas que plantean las rupturas familiares como desencadenante de estos hechos; tal es el caso de Inglaterra, un país que si bien tiene el mayor índice de divorcios, no tiene la misma suma de tragedias por armas como Norteamérica. Del mismo modo, se critica otro de las reducciones que se piensan a la hora de estos sucesos: el Rock, y se señala la particularidad de que Alemania, la cuna del Rock Gótico, tiene menor cantidad de causas fatales que la sociedad estadounidense.
Otra de las teorías que excluye Moore es el uso de armas, con la que podríamos emparentar a la Argentina, cuando ahora se resalta en los medios el crecimiento de la compra de armas. En este sentido, el documental marca que en Canadá existe un mayor consumo de elementos bélicos, pero las personas no se matan porque sí. Es aquí donde el director realiza un golpe de timón y plantea que en realidad la tradición de EE.UU, se construyó en base a una historia sangrienta. ¿Hasta que punto Argentina no se puede preguntar lo mismo?, nosotros tenemos nuestra sociocultura del Miedo y del Terror: Matanza Indígena, Bombardeos, Dictaduras Militares, Ezeiza, guerra de Malvinas, entre otros acontecimientos. ¿Pero a caso alguien buscó, como plantea el profesor Rodolfo Uribarri, algún dato en los escritorios de Massera, Videla, Galtieri, Bush o Hitler, entre otros, como lo hicieron con el banco de “Junior”, cuya frase “Si alguien le encontró sentido a la vida, por favor escríbalo aquí”, fue un gran detonante en el orden de mérito de los medios de comunicación?.
¿Acaso esto no habilita a pensar que muchos de estos hechos tienen que ver no sólo con el contexto reciente sino con la trágica historia Argentina? ¿Cuánto de lo que vemos, o consumimos actualmente, tiene que ver con estos acontecimientos? ¿El aumento de armas tiene que ver con ello o podría verse como una creciente demanda de la seguridad? El film de Moore, nos permite reflexionar en varias direcciones pero fundamentalmente en las imágenes vertidas por los medios de comunicación. En la TV constantemente se consume violencia, ¿Y en qué medida ello no implica una suerte de institucionalización de la misma? Si en realidad, al querer caracterizarla, plantan la principal señal de alerta, configurando los hechos como categorías estancas y no como procesos híbridos, complejos, y atravesados por una multicausalidad de factores que inciden en dicha problemática.
En esta constitución imaginaria, generalmente los medios de comunicación, intentan abrazar una idea en búsqueda de un culpable. En esta escala “Junior” era el ganador por puntos, pero muy pocos le dieron a los jóvenes un lugar en esta caracterización. Un estudio publicado en el diario Página 12, arrojó que entre las formas más frecuentes de violencia que perciben los jóvenes se encuentran: el maltrato dentro de sus familias, la policía, los patovicas, los abusos en la escuela y en el trabajo.
Y en esto adquiere una gran importancia lo que señala Marilyn Manson en Bowling For Columbine: “Hoy los adolescentes no son representados por las políticas de Estado y por ello son más representativos los deportistas y los rockeros, antes que los actores políticos”. Asimismo, el músico señala en la película que el Rock no discrimina a los adolescentes, como si lo hacen los gobiernos o las instituciones; no les cuestionan su forma de vestir, sus estilos de vida. Tal vez por eso corresponda preguntarnos quién escucha a los adolescentes, qué deseos o ilusiones tienen, cómo ven el futuro y, más aun, cómo ven este problema que los tiene como principales protagonistas.
En esta construcción del universo juvenil, Reguillo (1997) plantea que “la configuración de los miedos, que la sociedad experimenta ante ciertos grupos y espacios sociales, tiene una estrecha vinculación con ese discurso de los medios que de manera simplista, etiqueta y marca a los sujetos de los cuales habla. Así, ser joven equivale a ser peligroso, drogadicto o marihuano, violento. Se recurre también a la descripción de ciertos rasgos raciales o de apariencia: dos peligrosos sujetos jóvenes de aspecto cholo, el asaltante con el cabello largo y aspecto indígena... Entonces, ser un joven de los barrios periféricos o de los sectores marginales es ser violento, vago, ladrón, drogadicto, malviviente y asesino, en potencia o real. Se refuerza con esto un imaginario que atribuye a la juventud el rol del enemigo interno al que hay que reprimir por todos los medios”[vi].
Otro producto cinematográfico como Elephant (Elefante), de Gus Van Sant, vuelve sobre la tragedia del instituto americano y hace hincapié en el difícil mundo de los adolescentes. En el film, el director plantea la idea de que los jóvenes están viviendo en una subcultura, impuesta por la cultura que está sobre ellos y que va de generación en generación. En esto se ve el sinsentido de la vida, este que tanto dio que hablar en el caso “Junior”, pero que no es una receta mágica -como pretenden señalar algunos medios de comunicación- sino que va desde la humillación entre compañeros de escuela, el escaso diálogo entre padres e hijos, la posibilidad de adquirir elementos bélicos a través de Internet y, fundamentalmente, la “naturalización” de la muerte. Esto es el principal sinsentido de la vida: la naturalización o la institucionalización de la muerte, y así lo han representado en este último tiempo los jóvenes realizadores como “zombis” que se han habituado a estas masacres.
La película muestra un vacío de significación, pero aun así no podemos reducirlo al episodio de unos jóvenes perturbados, incluso aunque lo fuesen. En el film aparecen nuevos emergentes de significaciones, de decepción escolar, de violencia, de consumo de drogas y alcohol, de anorexia y bulimia. Y se muestra que somos una sociedad que vive cada vez con mayor cotidianidad la pesadilla de la violencia, hasta el punto que obviamos el factor humano detrás de la crónica roja de los diarios. Cada vez nos sorprende menos la violencia, cada vez nos preguntamos menos por los mecanismos que la desencadenan, y aceptamos vivir con miedo a los otros: justificar el ciclo de la agresión y la venganza ya no es necesario, lo hemos asumido como natural, casi idiosincrásico.
Desde films como la Virgen de los Sicarios, Carandirú, Ciudad de Dios, Pizza Birra Faso, entre otros, los relatos nos obligan a una reflexión, no sólo estética sino social y política, que es, precisamente, lo que una obra artística debe provocar. Sí, es una provocación pero también un retrato de una ciudad, de países sitiados por los desamparos, que se ciñen a la causa de contar una historia de marginales sin dejar nada al margen: ni los códigos del lenguaje, ni la ternura, ni la violencia espeluznante, ni las lealtades. En este sentido, otro de los ejes de discusión es cuando en la escuela, como sucedió en la de Carmen de Patagones, se ven películas como Bowling For Columbine. Claro que no por ello “Junior” atentó contra la vida de sus compañeros, porque como dice Moore: “Nadie le echo la culpa de la masacre de Columbine al Bowling que fue lo último que realizaron los chicos antes de ir a la escuela”.
Al mismo tiempo, el estudio de las relaciones entre la realidad y las realizaciones mediáticas nos permitirá acceder a un territorio cada vez más influido en lo social por el reconocimiento de nuevos modos de participación. Los cambios representacionales en las producciones audiovisuales habilitan a suponer que este objeto de estudio que se encuentra en pleno desarrollo, estimula el control crítico, la racionalización de políticas específicas y una mayor comprensión operativa para la planificación y gestión estratégica de políticas culturales para prevenir los hechos violentos.
Los medios de comunicación nos ponen en contacto casi permanente con la violencia, con la que existe en nuestra sociedad y con la que se crea de forma imaginaria. Y probablemente por eso son considerados con frecuencia como una de las principales causas que origina la violencia en los niños y en los jóvenes. Los estudios científicos realizados en torno a este tema permiten pensar en la posibilidad y conveniencia de utilizar la tecnología de la televisión con carácter educativo, para prevenir estos fenómenos. Pero la influencia de la televisión a largo plazo depende del resto de las relaciones que el niño establece, a partir de las cuales interpreta todo lo que lo rodea, incluyendo lo que ve en la televisión. De la misma forma, se debería promover en los jóvenes una actitud reflexiva y crítica respecto a la violencia que les circunda y analizar lo que les llega a través de la televisión.

Consideraciones finales
“El dolor y el desconcierto frente a un acontecimiento tan difícil de entender y de procesar como el sucedido en Carmen de Patagones obliga a redoblar los esfuerzos reflexivos que demandan serenidad, y a resistir la tentación del juicio fácil, temerario, de la certeza contundente. La tendencia más sencilla es adscribir a la lectura “patológica” del caso. Este pensamiento trata de aislar -y lo logra- no solamente al protagonista de esta violencia ciega, absurda, sino, además del caso mismo. Al que tiende situar en el extremo de lo posible. Son sólo la locura, el deterioro subjetivo y la angustia persistente las razones que explican el comportamiento de este joven, se sostiene”. Rossana Reguillo
Estas aproximaciones en torno a la violencia escolar pretenden reflexionar sobre una temática que, en la mayoría de los casos, intenta aislar o expulsar a los jóvenes problemáticos. Como así también, sobre la tendencia a atribuir las causales a la patología en los consumos culturales, desde el grupo de rock hasta la forma de vestir, tratando de deslindar responsabilidades y de liberar a la sociedad de este trauma.
En realidad, los factores que inciden son numerosos y, como sucedió con la tragedia de Carmen de Patagones, pocos tienen en cuenta el contexto que desde 1997 muestra el creciente aumento de la franja que oscilaba entre el índice de pobreza y la indigencia. En este sentido, la docente Lilian Reale, relata la mala calidad de vida y la cantidad de horas - nueve y media por día- que los chicos pasan en la escuela, debido a que los padres no pueden cubrir sus necesidades, ya sea por falta de empleo o porque ambos trabajan fuera del hogar. Pero, aparentemente, nadie escuchó a la docente que, desde el mismo Patagones de “Junior”, se preguntó quién se ocupaba de ese sector y de la carencia de una identidad. No digo que esto fuera la causante del episodio, pero puede servir para analizar el contexto que hoy indica que Carmen de Patagones es una de las ciudades de la Argentina con mayor índice de suicidio juvenil.
La escuela pública ha mostrado en estos días su capacidad de reaccionar con inteligencia, aunque en forma tardía. Le toca el turno a la reflexión y a la acción superadora. En este sentido, es importante la discusión que se de en la Universidad, y pueden asumirse como un buen síntoma la apertura de la extensión de la Facultad de Periodismo en Carmen de Patagones, las investigaciones que se vienen desarrollando sobre las culturas juveniles y las publicaciones que, como el Nº 34 de la revista Tram(P)as de la Comunicación y la Cultura, reflexionan sobre los modos de comunicar el escenario juvenil. Porque situaciones como la abordada en este trabajo, nos colocan frente a la necesidad de construir desde la Universidad espacios de debate, experimentación e investigación sobre el modo de percibir, enunciar y comprender el mundo de las prácticas juveniles y las situaciones de violencia escolar.
A modo de reflexión final, y retomando lo dicho por Saintout, considero que es necesario entender que para los estudios de comunicación, la emergencia de los movimientos sociales señala preguntas que no deberían restringirse sólo al uso de los medios que hacen los nuevos actores. Si bien esta es una exploración necesaria, y absolutamente válida por la novedosa y creativa utilización de los mismos en la construcción de la cultura política -que socava muchas de las certezas de las teorías críticas con respecto a las tecnologías de información- los nuevos movimientos proponen interrogantes sobre los modos en que se están construyendo los sentidos en torno a la subjetividad, el poder, la territorialidad, y en las maneras en que se está nombrando un nuevo mundo. Esta es una dimensión que no puede tomar sólo la sociología, ni la antropología o la economía, porque si partimos de entender a la comunicación como una construcción colectiva e histórica de sentido nuestro verdadero desafío es hacernos cargo de esos interrogantes.
Por ello, habría que incluir nuevos programas o materias que brinden un espacio en los establecimientos educativos que permitan estudiar el mensaje de los medios y comprender los significados de la juventud. La sociedad en su conjunto debe debatir sobre la actual situación de los jóvenes, no para reprimirlos o catalogarlos, sino para poder escuchar, por qué alguien como “Junior” escribe: “Si alguien le encontró un sentido a la vida, por favor escríbalo aquí”.

* * Licenciado en Comunicación Social. Profesor Ajunto de la Cátedra de Análisis y Crítica de Medios. Docente e Investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Maestrando en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales. Director del Proyecto de extensión, acreditado y subsidiado por la UNLP, “La significación del universo violencia escolar en los medios de comunicación contemporáneos: Violencia, medios, miedos y los jóvenes”.
[i] Reguillo Cruz, R.2005. “Editorial”. Revista Tram(p)as de la Comunicación y la Cultura. Año 4 Nº 34, La Plata (Argentina). Pág. 6.
[ii] Reguillo Cruz, R.2000. Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Buenos Aires (Argentina): Editorial. Norma.
[iii] Barreras, L.2005. “La investigación en comunicación social es parte de nuestra acción política”. Revista electrónica Cuestión; Nº 6 Otoño 05, La Plata (Argentina). www.perio.unlp.edu.ar/question.
[iv] Saintout, F.2005. “Construcciones de la juventud en el cruce de siglos”. Revista Tram(p)as de la Comunicación y la Cultura; Año 4 Nº 34, La Plata (Argentina). Pág/s. 16-21.
[v] Castoriadis, C.1989. La institución imaginaria de la sociedad. España: Editorial Tusquets.
[vi] Reguillo Cruz, R. 1997. “Jóvenes: la construcción del enemigo”. Revista Chasqui; Nº 60, Quito (Ecuador).

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